
Yorick es el dueño de esa bonita calavera que Hamlet sostiene de forma icónica en las portadas de su obra y en las carátulas de las versiones cinematográficas del gran clásico. Como el propio Hamlet nos cuenta en un emotivo pasaje:
"¡Ay, pobre Yorick! Yo le conocí, Horacio: era un hombre de una gracia infinita y de una fantasía portentosa. Mil veces me llevó a cuestas, y ahora, ¡qué horror siento al pensarlo!, a su vista se me revuelve el estómago. Aquí pendían aquellos labios que yo he besado no sé cuántas veces. ¿Qué se hicieron tus chanzas, tus piruetas, tus canciones, tus rasgos de buen humor, que hacían prorrumpir en una carcajada a toda la mesa? ¿Nada, ni un solo chiste siquiera para burlarte de tu propia mueca? ¿Qué haces ahí con la boca abierta? Vete al tocador de mi dama, y dile que, aunque se ponga el grueso de un dedo de afeite, ha de venir forzosamente a esta linda figura. Prueba a hacerla reír con eso".
Yorick era el bufón de la corte con el que Hamlet solía jugar de pequeño y quien hacía que el palacio se estremeciera en carcajadas.
El cráneo de Yorick es la forma en la que Hamlet tiene un momento de inflexión en el cementerio, donde piensa acerca de la vulgaridad de la muerte y la vanidad de la vida. No solo recuerda a Yorick, un simple bufón, sino que se pregunta en qué se habrá convertido el cuerpo de Alejandro Magno.
